Xavier Guerrero

La Escuela Nacional de Agricultura (ENA) se traslada del ex convento de San Jacinto a Chapingo durante la gestión como director de Marte R.  Gómez  (1920–1924),  quien  ordena  la  construcción de la casa de los directores de la ENA, cerca  de  las  vías  del  tren  que  pasaban por detrás de la antigua hacienda pulquera  que  había  sido  propiedad de  Manuel  González  (presidente  de México de 1880 a 1884).La  casa  no  sólo  sirvió  para  que la  habitaran  los  funcionarios  en  turno y  sus  familias,  sino  que  desde  ahí  los directores  atendían  asuntos  de  la  institución,  costumbre  que  se  conserva hasta  principios  de  la  década  de  los sesenta,  ya  que  en  1965  con  el Plan Chapingo,  es  demolido  el  inmueble.

Lo interesante de  este  caso,  es  sin  duda  que con  la  demolición  de  la  casa  se  tuvo que pedir la intervención en esos años del Centro Nacional de Conservación de  Obras  Artísticas  (CNCOA),  del Instituto Nacional de Bellas Artes. Guerrero iniciaba así su trabajo individual como muralista.  Antes ya había sido ayudante  de  Montenegro en  el  ex  Colegio  de  San  Pedro  y San  Pablo;  de  Siqueiros  y  Rivera  en la  Escuela  Nacional  Preparatoria  y, con  éste  último,  en  la  Secretaría  de Educación  Pública.  En la ex capilla de Chapingo, colaboró también con Diego Rivera en la pintura del techo y los muros del  vestíbulo  de  acceso al  edificio  de  la  rectoría  de  la  ENA, al  igual  que  en  las  grisallas  y  tableros monocromos  del  cubo  de  la  escalera

En sus murales observamos un tratamiento bidimensional y una simplificación de los motivos, así como la recurrencia a elementos geométricos que establecen un ritmo entre ellos mismos. De entre los 22 tableros que existen del trabajo de Guerrero en la casa de los directores  –en  su  mayoría  se trata  de  frescos  decorativos–,  se  destacan  dos  murales  con  los  temas  de capitalismo y justicia social. Nueve plafones  y  11  tableros  y  grisallas  contienen  símbolos  tanto  socialistas  (hoces, martillos,  estrellas  rojas),  como  de  la masonería (el compás, la escuadra y el triángulo) y aun cristianos (como ángeles, conchas y nubes).Podría lanzarse la hipótesis de que quizá  decidieron  la  demolición  de  la casa  –y  por  consiguiente  la “desaparición” de los murales–, porque las obras tenían una carga simbólica muy fuerte para las autoridades de la época, pues-to que ver todos los días aquellos frescos  y  no  comulgar  con  su  tendencia ideológica debió ser si no un tormento, al menos una molestia.

Xavier Guerrero

Murales

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